El agua es el disolvente universal y, por ello, ocupa un
lugar importante y preferente en muchas operaciones de limpieza. El agua es el
elemento primordial del lavado. Todos los elementos que añadimos, como jabones
o detergentes, son para incrementar las propiedades del agua y su efecto en el
lavado. De sus múltiples propiedades, podríamos destacar:
- Poder humectante, reforzado por los detergentes.
- Poder diluyente, que reduce la concentración de los productos.
- Poder de hidrólisis, que descompone numerosas sustancias químicas.
- Arrastra las impurezas y los microorganismos.
Dureza
Hablamos de ‘agua dura’ cuando el agua pura contiene
disueltas cantidades importantes de sales de calcio (Ca+2) y magnesio (Mg+2)
que, bajo la acción del calor, se transforman en carbonatos insolubles que se
precipitan.
Este tipo de agua
puede perjudicar la calidad de la limpieza al impedir la formación de espuma y
precipitar los jabones, motivo por el cual se intensificó la investigación
sobre los detergentes.
También por esta razón, muchos productos de limpieza y de
mantenimiento contienen agentes complejantes que permiten reducir la dureza del
agua.
La dureza del agua se
puede medir por el método de hidrometría o por el de complejometría.
Tensión superficial
Si observamos una gota
de rocío sobre la hoja de una planta, veremos que tiene forma esférica.
La propiedad de ‘mojar’ que tiene el agua depende de la
superficie que entra en contacto con el sólido. Este poder humectante dependerá
entonces de la tensión superficial:
1.- A menor tensión
superficial, más superficie de contacto, por tanto, más poder humectante.
2.- Por el contrario, a mayor tensión superficial, menor
superficie de contacto, por tanto, menos poder humectante; luego el
humedecimiento será casi imposible.
Para disminuir este
fenómeno se añade al agua un producto llamado tensoactivo. La temperatura
también es un factor que contribuye a disminuir la tensión superficial.